CORREO
La Rioja (España)

19/2/22

La ciencia está cerca de resucitar al mamut.

La cuestión ahora es si tendrá propiedad intelectual


Lo comprobamos con las películas de 'Jurassic Park' —perdón por echar mano por enésima vez del tópico de Steven Spielberg—: ver animales prehistóricos mola. Mucho. Lo que ya no es tan divertido, aunque daría para todo un docudrama, es la complicada y a menudo espinosa maraña legal, ética e incluso a niveles de debate medioambiental que implica “revivir” animales extinguidos.

La compañía Colossal Laboratories & Biosciences, de Estados Unidos, está dando un buen ejemplo. Se ha lanzado a la tarea de “desextinguir” —el término es cosa suya— el mamut lanudo en cuestión de unos años; pero su empeño plantea un dilema interesante: si finalmente lo logra, la criatura resultante de sus investigaciones, ¿será suya, con patente, o de la naturaleza?

La cuestión es espinosa. Y no tiene una respuesta sencilla.

A grandes rasgos, los planes de Colossal pasan por usar secuencias del ADN de mamuts recuperadas de restos conservados en el suelo siberiano e insertarlas en el genoma de elefantes asiáticos. Los primeros ejemplares nacerían de hecho por gestación en hembras del paquidermo. Aunque a la hora de publicitar su trabajo la compañía usa buenas dosis de épica, lo que saldría de sus laboratorios no sería técnicamente un mamut lanudo como los que se paseaban por el sur de Siberia hasta hace unos 10.000 años y —creen los expertos— quizás coleaban aún en la isla de Wrangel hace apenas 3.700 años, sino algo distinto, una especie de híbrido o quimera.

“No es una desextinción. Nunca más habrá mamuts en la Tierra. Si funciona, será un elefante quimérico, un organismo totalmente nuevo, sintético y genéticamente modificado”, explicaba Tori Herridge, bióloga y paleontóloga del Museo de Historia Natural de Londres, poco después de que trascendiesen los planes y —la financiación— de la compañía estadounidense. La propia Colossal reconoce en su web que el proyecto tiene sus matices, aunque no le resta épica.

“El proyecto de desextinción más importante de Colossal será la resurrección del mamut lanudo, o más concretamente, un elefante resistente al frío con todos los rasgos biológicos fundamentales del mamut lanudo. Caminará como uno, se parecerá a él, sonará como tal y, lo que es más importante, podrá habitar el mismo ecosistema abandonado anteriormente por la extinción del mamut”.

La empresa argumenta que la recuperación del mamut —o al menos de criaturas con características similares— tendrá un valioso impacto medioambiental: permitirá restablecer pastizales y desacelerar el deshielo del permafrost ártico, lo que evitaría a su vez, calcula la firma, la liberación de hasta 600 millones de toneladas de carbono neto que ahora están atrapadas. Como parte de ese propósito se ha fijado ya en un espacio para sus “mamuts funcionales”: Pleistocene Park, una reserva rusa.

Para lograrlo, Colossal parece disponer de medios técnicos, talento... y fondos. La compañía estadounidense trabaja con la ingeniería genética CRISPR y muestras de ADN recuperadas del permafrost. Su cofundador es además George Church, genetista de Harvard. En cuanto a dinero, hace no mucho anunciaba que había logrado captar 15 millones de dólares de inversores.


Colossal trabaja ya para alcanzar su objetivo a lo largo de los próximos seis años. La pregunta del millón, llegados a este punto, es: ¿Dónde está la rentabilidad de su proyecto? ¿Cómo se ha hecho con esos 15 millones de dólares, más allá de sus promesas ecológicas?

Ben Lamm, director general de la compañía, explicaba hace poco a Wired que más que monetizar los mamuts de forma directa, la compañía quiere rentabilizar la tecnología que vaya desarrollando a lo largo del proceso. Eso sí, el directivo aclara que no “cierra la puerta” en absoluto a patentar animales algún día; es más, muestra su confianza en que se pueda registrar al mamut.

Cuestión de leyes... y financiación

¿Podría hacerse algo así? El tema se aborda de forma directa en un artículo publicado en 2020 en Journal of Law and the Biosciences, que reconoce que, al menos en Estados Unidos, hay académicos que confían en que las especies “revividas” serán perfectamente patentables.

Entre EE. UU. y Europa se da, eso sí, una diferencia importante: mientras allí no existe una disposición moral en el régimen de patentes, en Europa la EPO (European Patent Office) valora consideraciones éticas a la hora de concederlas y eso podría dar pie a “objeciones morales” y de carácter público durante el proceso. ¿Significa que no sería posible que una empresa llegue a registrar un mamut lanudo en la UE? Pues no está tan claro. Dadas las características de la normativa europea y los precedentes, pueden arrojarse dudas; pero el escenario que abre la “desextinción” es tan distinto que los expertos son reacios a pronunciarse con rotundidad.

“La medida en que un animal resucitado sería tratado como una mercancía —lo que podría surgir si las patentes fueran aplicables sobre o relacionadas con el animal extinguido— plantea profundas cuestiones filosóficas y éticas. Hasta la fecha, no hay una respuesta clara sobre si dichos animales serían patentables en Europa”, admiten los autores del artículo, publicado en 2020.

Una de las cuestiones clave del debate es la diferencia que existe entre las “invenciones”, patentables, y los “descubrimientos”, que no lo son, al menos como tales y si ya existen en la naturaleza. Un ejemplo útil lo dejan los genes humanos. En el cuerpo no son susceptibles de que nadie los registre en Europa, pero si se aíslan echando mano de la tecnología y la técnica —un proceso que no se da en la naturaleza— y se demuestra su función sí podrían serlo.

Lógica parecida subyace en los transgénicos. “Si se aplicara un razonamiento similar […], se podría presentar un sólido argumento a favor de la patentabilidad en función de la técnica usada para eliminar la extinción”, apostillan. La cosa se complica cuando se trata de clonación.



“Cualquier cosa que se pueda demostrar que se ha encontrado o se encuentra en un genoma, no será patentable en Estados Unidos y, en gran medida, tampoco en otros países”, comenta Andrew Torrance, profesor de Derecho de la Universidad de Kansas (KU), a Wired.

Aunque los animales “revividos” como el mamut de Colossal, fruto de la “desextinción”, suponen una nueva vuelta de tuerca, las patentes de los animales llevan tiempo sobre la mesa. En 1998 EEUU emitió ya una para OncoMouse, un ratón que había sido modificado para facilitar la investigación contra el cáncer. La autoridad estadounidense se la otorgó a la Universidad de Harvard, que se la trasfirió a su vez a la principal firma privada que había financiado su trabajo, DuPont. No todos alcanzan ese final. En la UE ya se han denegado patentes por cuestiones morales.

En juego, reconoce Ben Novak, de Revive & Restore —organización sin fines de lucro que pasó el proyecto a Colossal—, puede estar la propia viabilidad de las investigaciones. Aunque cuestiona que la “desextinción” deba orientarse con el propósito de obtener beneficios y las propias patentes de especies “resucitadas”, lo cierto es que el proyecto realmente atrajo dinero cuando se empezó a hablar de ganancias. “Es costoso”, admite Lamm a Wired. La perspectiva de poder rentabilizar la investigación con los propios animales es un incentivo que, como se demuestra, funciona.

Quizás el peaje a pagar para ver de nuevo mamuts en Siberia.