CORREO
La Rioja (España)

13/4/09

EL CUCO: ¿ DESAPARECERÁ ?

El cuco está desapareciendo. Y su pérdida no solamente es una tragedia de la vida natural, es la señal más evidente de que el mundo natural está cambiando para siempre. En un libro nuevo y conmovedor [Say Goodbye to the Cuckoo' , Ed. John Murray, Londres 2009, £17] Michael McCarthy narra con qué costes.
Dentro de dos o tres semanas, empezaremos a oírlo si nos internamos en el campo, con esa inconfundible llamada de dos notas, quizás el sonido más distintivo de todo el mundo natural, que nos dice que la primavera está bien de veras en camino. Hasta quienes nunca la han oído de verdad conocen la llamada del cuco.
En parte es por su pura musicalidad, por esas dos notas bruscas, líquidas -¡cu-cú!- que forman un intervalo musical exacto de un modo que apenas sí hay pájaros que la repitan: se trata de una tercera menor descendente. En su forma más sencilla, en la clave de do mayor, es sol mi. (do mayor, por si les interesa saberlo, es la clave preferida por el cuco).
Se trata en parte también de su naturaleza etérea, incorpórea. El cuco es un ave tímida, reservada. Con frecuencia no se deja ver, simplemente se oye, de manera que se puede saber de dónde proviene la llamada; pero tiene también cualidades de ventrílocuo, de manera que no se puede oír tampoco de dónde viene. Existe, incorpóreo, en el paisaje, de una manera mágica, captada por Wordsworth, que la llamó "la voz errante".
Póngase todo esto junto -musicalidad perfecta y una resonancia flotante, misteriosa- y tendremos algo único: nada hay como la voz errante en la naturaleza. Y cuando con el correr de los años se emparejó como señal auditiva con el cambio ansiosamente esperado del año entrado, la llegada de la primavera, no resulta exagerado afirmar que se convirtió en Europa en uno de los sonidos más evocadores del vivir humano, que ha producido torrentes de música popular en todos los países, refranes e historias, proverbios y leyendas, inspirando a un compositor tras otro, de Haendel y su El cuco y el ruiseñor a Beethoven y su Sinfonía Pastoral, de Saint-Saëns y su Carnaval de los animales a Delius y Al oír el primer cuco de primavera.
En Gran Bretaña ya avivaba la imaginación musical más de seis siglos antes de Frederick Delius; el cuco inspiró la canción más antigua que se conoce en inglés, "Sumer is icumen in" (con su coro enardecedor de "Lhude sing cuccu!") escrita en torno a 1250, probablemene por un monje de la Abadía de Reading. Y en este país consiguió algo más: puso en marcha la correspondencia que acaso sea la más celebrada de la historia, las cartas al Times sobre "el primer cuco", sucintas misivas de caballeros que durante un siglo aproximadamente, más o menos de 1840 a 1940, pretendían ser los primeros en haber oído el eco de la nota doble a través de bosques y campos un año cualquiera.
Estas agradables declaraciones -a veces puestas en tela de juicio, a veces superadas por los rivales- son evidencia ante todo de la verdadera euforia que causaba escuchar su llamada, señal suprema de los suaves días que volvían de nuevo y el florecimiento de nueva vida, habitualmente en las dos primeras semanas de abril. Desde el 10 en adelante, digamos. Fecha típica sería el 14 de abril. En dos o tres semanas, estaremos oyéndolo.
El problema es que no lo oiremos. Desde luego, no en muchos sitios en los que se ha aguardado y recibido con alegría al cuco desde tiempo inmemorial. Porque el pájaro está desapareciendo rápidamente de Gran Bretaña, a un ritmo casi inconcebible, siguiendo un declive que lleva inexorablemte al silencio a la voz errante. En muchos lugares, sobre todo en el sur de Inglaterra, ha desaparecido del todo, dejando perplejos y consternados de un modo que apenas saben cómo expresar a quienes esperaban con interés su llegada.
No hay una respuesta convencional a la situación de no oír al cuco en primavera allí donde siempre se le ha oído; es nueva y puede parecer trivial, pero la gente que lo experimenta siente profundamente que no tiene nada de trivial, aunque no sepa explicar por qué.
Pero no se trata sólo del cuco. No es sino el más destacado de un grupo de pájaros muy queridos que están desapareciendo aún más rápidamente, no sólo en Gran Bretaña sino también en Europa. Se trata de estas aves que emigran hasta nosotros desde lo más profundo de África, en donde pasan los meses de invierno para anidar y criar aquí en verano, y con ello nos traen la primavera.
Entre estas visitantes del verano -las portadoras de primavera podríamos llamarlas- se cuentan, además del cuco, las más notables criaturas salvajes de la cultura occidental, tales como la golondrina, el ruiseñor, y la tórtola, cuya llegada y comportamiento se han celebrado durante milenios. El zureo de la tórtola recién llegada se escucha según es fama en la Biblia: "Pues mirad, pasó el invierno, terminó y se fue la lluvia; aparecen flores sobre el suelo; llega la hora de que canten los pájaros y se escucha la voz de la tórtola en nuestra tierra". Así decía el poeta que escribió el Cantar de Salomón, el libro más insólito pero sin duda más encantador de la Biblia, celebrando el sonido ronroneante, ligero pero penetrante que se filtra de un olivar o una viña en un día de abril, en torno al 900 antes de Cristo, quizás después del regreso del ave a Israel desde sus cuarteles de invierno en algún lugar como Etiopía o Sudán.
Los ruiseñores producen un sonido aún más celebrado, durante las escasas seis semanas que siguen su llegada desde lugares como Nigeria o Ghana, y que durante tres mil años ha sido considerado la quintaesencia del cantar de los pájaros por toda la Europa civilizada; el ave ha formado la base de los mitos y fábulas griegos y romanos, los símiles de Chaucer, las metáforas de Shakespeare y una maravillosa oda de John Keats. Las golondrinas se remontan a su vez hasta la Biblia; revolotean por la literatura grecolatina como aerodinámicos emblemas de primavera y verano, descienden en picado a través de Shakespeare y se sumergen dentro y fuera de la mayoría del resto de nuestra literatura y tradición popular, para acabar posándose firmemente en un refrán: una golondrina no hace verano. Ya sabemos lo que significa. Pero, en realidad, se equivoca, porque para mucha gente una golondrina hace verano; tan pronto como alcanzan a ver la primera, toda ella cola serpentia y acrobacias, recién llegada de Ciudad del Cabo, saben con una ráfaga de euforia que el tiempo cálido está a la vuelta de la esquina.
Las portadoras de primavera tienen tanta resonancia en la literatura, la leyenda y la tradición popular europeas que han transcendido las fronteras nacionales hasta llegar a formar parte de la esencia misma de Europa, hasta convertirse en parte de su mobiliario cultural diferenciado, tanto como las catedrales, el aceite de oliva o el vino. Y puede que muchas de ellos no posean un antiguo linaje cultural pero son muy queridas y bienamadas: el mosquitero musical, con su plateado canto descendente, que cae toda una octava; el mosquitero silbador, que al trinar agita todo su cuerpecillo; el papamoscas gris, un ave corriente pero maravillosamente chispeante a la que le gusta anidar en viejos jardines; su primo, el papamoscas cerrojillo, apuesto espíritu blanquinegro de los bosques occidentales de robles; la lavandera boyera, la más hermosa de todas las aves de las tierras de labor; y descendiendo en picado por encima de nosotros la veloz, la obscura silueta de cimitarra, como de golondrina, en los azules cielos de verano.
Todo esto añade a nuestro mundo natural una inmensa belleza y emoción que se están escabullendo. En años recientes, la mayoría de estas aves han decrecido de modo bastante notable. La golondrina es una excepción, parece mantenerse en Gran Bretaña (aunque disminuye en la Europa continental) . pero entre 1994, cuando el British Trust for Ornithology y la Royal Society for the Protection of Birds instituyeron conjuntamente un nuevo censo anual de aves británicas, y 2007, el último año del que constan datos, desapareció el 37% de los cucos. Otro tanto sucedió con el 41% de nuestros vencejos, el 47% de nuestras lavanderas boyeras; el 54% de nuestros papamoscas cerrojillos, el 59% de nuestros papamoscas gris, el 60% de nuestros ruiseñores, el 66% de nuestras tórtolas. Todos desaparecidos en trece años; o dicho de otro modo, desde que Tony Blair se convirtió en líder del Partido Laborista.
Si se ahonda en el pasado, la imagen es aún más inquietante: en el largo plazo (desde 1967), el cuco ha disminuido en un 59%, tres quintos de los cucos británicos han desaparecido desde que los Beatles publicaron Sergeant Pepper, mientras que, durante el mismo periodo, la pérdida de nuestras tórtolas y papamoscas gris se cifra en un 82% y 84% respectivamente.
Profundicemos aún más y veremos que incluso empeora: sólo entre 2006 y 2007 se produjo una disminución asombrosa de las cifras del papamoscas gris en un 41%. Casi la mitad, ¡desaparecida en un año! Sigue la vía principal de extinción, y sucede que para muchas de estas aves la curva de disminución puede llegar a cero en un futuro no my lejano (también está ocurriendo en la Europa continental) .
Sin embargo ese cambio en conjunto, la masiva disminución de las aves migratorias de estío no ha tocado en absoluto a la conciencia pública, y ciertamente sólo ahora la advierten los científicos.
Yo mismo quedé sorprendido, al darme cuenta hará un año y medio, de que no sólo había motivo de alarma sino que había algo singular en ello, algo peculiar respecto a la pérdida potencial de las portadores de la primavera que la sitúa aparte de otros casos de deprimente disminución de la fauna que se han vuelto tan familiares. Sabe Dios que son espantosos. De acuerdo con la Lista Roja de la Unión internacional para la Conservación de la Naturaleza, el 12% de las aves del mundo, el 21% de sus mamíferos, el 30% de sus anfibios, el 31% de sus reptiles, el 37% de sus peces y el 70% de sus especies de plantas están amenazadas de extinción.
Los tigres desaparecen, desaparecen los orangutanes, las tortugas marinas desaparecen los albatros desaparecen, los elefantes desaparecen y la mayoría de los rinocerontes ha desaparecido. Hasta en Gran Bretaña, con una fauna de proporciones mucho más modestas, las pérdidas son ubicuas: las flores silvestres de nuestros campos de trigo prácticamente se han extinguido, el 70% de nuestras especies de mariposas está disminuyendo, y las aves de las tierras de labor se desploman están en caída libre: avefrías, trigueros, perdices pardillas, alondras, todas caen y caen y caen.
Podría considerarse la pérdida de las mensajeras de la primavera como uno más de esos declives descorazonadores: pero, lo repito, me dí cuenta de que había algo diferente en este caso, algo aún más inquietante a lo que al inicio no podía referirme. Algo que tenía que ver con la importancia que reviste para nosotros como seres humanos, algo relativo a su significado.
Para llegar al corazón de la trama, para llegar al corazón de las mismas aves y lo que han significado para nosotros y puede que aún signifiquen como personas, me pasé una primavera buscándolas, la primavera de 2008.
Fue una experiencia maravillosa, porque me llevó a algunos paisajes en su momento de más viva belleza y me mostró la fauna su momento más vibrante de vida. Pero, lo mejor de todo, es que me permitió ver a esos pequeños seres animados en términos de respuesta humana. Llegué a comprender, por ejemplo, porque los ruiseñores habían inspirado tanta poesía: porque una vez superada la cursi sentimentalidad del ruiseñor de la Plaza de Berkeley (1) y oído el de verdad, cantando nítido, líquido en el hondo silencio de un prado de Surrey a medianoche, se podía comprender lo que había entusiasmado a los poetas: un sentido abrumador de asombro.
Vine a ver, escuchando en los Norfolk Broads, lo que el grupo de nuestros más pequeños pájaros cantores, las currucas o mosquiteros, una docena de especies de las que vuelan desde África, añadían a nuestra primavera: componían un paisaje entero de sonido, el paisaje sonoro, podríamos decir; mientras que una de ellas, el mosquitero silbador, era tan hermosa y se encontraba en entornos tan bellos (los bosques de roble atlánticos al otro lado de Gran Bretaña) que parecía llevar el encanto de las tierras boscosas de Gales allí donde yo miraba a su máxima e inolvidable expresió n.
Comprendí, al oírlo en los Brecklands de Norfolk, por qué el poeta del Cantar de Salomón había quedado tan prendado de "la voz de la tórtola", pues el zureo adormilado era de verdad un sonido de pleno verano, pero allí lo estaba oyendo en primavera, con toda la promesa de los perezosos días por venir. Comencé a comprender, observándolas detenidamente en una aldea de Nottinghamshire, por qué son tan especiales las golondrinas, pues en aquellos en lugares que tienen la gran suerte de albergarlas, hacen gala de excitantes alardes de vuelo, con su despampanante librea azul marino, hasta llegar a nuestro umbral; decoran nuestros aires.
Vi en una serie de aldeas de los Cotswold que existía una cualidad especial también en el caso de un ave ni la mitad de celebrada o hermosa que la golondrina. El papamoscas gris extasiaba a aquellos que tenían la gran suerte de que hubiera anidado en su jardín con un comportamiento tan inconfundible que algunos de sus admiradores no sólo lo veían cómo forma de actuar sino como carácter, estoico y sereno. Desde un jardín del norte de Londres fui testigo de una actuación que parecía justo lo contrario; la frenética danza aérea de los vencejos en sus "chillonas fiestas" al atardecer, una bravura que les otorga a nuestros ojos una mística especial hoy en día, de un modo que edades más tranquilas parecen no haber apreciado jamás.
Por último, en los pantanos de Cambridge y en otros lugares de la zona, oí la voz del cuco, acampanada, y me sentí eufórico siempre que la escuché, dándome plena cuenta de cómo, de todas las señales de la primavera, esta era de veras la máxima, en aquellos lugares en los que todavía podía encontrarse.
Pues se estaba esfumando, lo mismo que muchas de las portadoras de la primavera. Y ¿por qué estaban desapareciendo? Pensé intensamente en todo lo que tenían en común, lo que puede haber detrás de esas desapariciones: su identidad migratoria, su lugar en el vasto fluir aéreo de aves que, todas las primaveras, se derrama desde los lugares de invernada de África para anidar en Europa. Se trata de un fenómeno natural formidable, comparable a la Corriente del Golfo o el monzón indio, que puede abarcar en un cáculo fiable hasta cinco mil millones de aves, de casi 200 especies, con 16 millones de ellas quizás, cerca de cincuenta especies, que enfilan hacia Gran Bretaña.
Para llegar hasta aquí, cada una de ellas hace frente a un viaje de las más increíbles proporciones; en cada caso, una lucha personal por cruzar enormes obstáculos, tales como el desierto del Sahara o el Mediterráneo, cuyos resultados dependen de las reservas de combustible corporal, la capacidad de navegación y el mantenimiento de un gran esfuerzo a lo largo de periodos prolongados.
Resulta bastante posible que las cambiantes condiciones de África, bien en los lugares en los que invernan las aves, o en sus rutas migratorias, puedan estar detrás de las desaparición de las migratorias. La degradación medioambiental se extiende rápidamente por todo el continente africano, como dejó clarísimo un documento del pasado año de las Naciones Unidas. Pero aunque se estén llevando a cabo investigaciones, nadie lo sabe todavía de cierto; es igualmente posible que los cambios en las condiciones de los patrones de reproducción estival aquí en Europa puedan ser responsables de ello.
Dos teorías destacan singularmente como posibles explicaciones: la disminución de los insectos y el cambio climático. Lo primero ha resultado espectacul ar: aunque a la gente le importe un bledo, ha habido una inmensa contracción en nuestras poblaciones de insectos durante los últimos cincuenta años, causada principalmente por la gran marea de pesticidas que han lavado nuestras tierras, y el alimento de los insectívoros se está volviendo cada vez más escaso para las aves.
Lo segundo es una cuestión de secuencia temporal desajustada: muchos de los insectos que quedan aparecen antes debido a las temperaturas en ascenso, y es posible que lo que suceda es que las aves migratorias llegan ya demasiado tarde para aprovechar su apogeo.
Pero nada de esto está claro. La única certidumbre es que, empezando por el cuco, nuestras vidas están perdiendo a las portadoras de primavera. Comencé a centrarme gradualmente menos en las causas y más en el significado, tratando de descifrar porque esta pérdida de la fauna en particular parecía más alarmante que otras.
Estas aves tenían importancia para nosotros, y yo lo sabía desde el principio, porque señalaban el más maravilloso de todos los cambios estacionales, y escuchar al cuco, digamos, por primera vez en cualquier primavera suponía un momento de auténtico regocijo. Sin embargo, por debajo de la alegría había algo más, algo más hondo que el mero deleite, y me di cuenta al final de que no se trataba simplemente del hecho de la llegada del ave, y de que señalase el tránsito estacional, formidable como era: era la naturaleza recurrente de este acontecimiento.
Pues al regresar año tras año, superando todos los obstáculos a los que se enfrentan, las aves migratorias primaver ales son testigos del gran ciclo de la Tierra. Nos recuerdan que aunque la muerte es segura, la renovación es eterna, que si bien la vida termina, llega también la nueva vida. Quizá lo que vienen a significar es la esperanza, cada uno de esos 16 millones de emplumados pedacitos de esperanza, recién llegados de África.
Pero si las aves no regresan, entonces es que algo se ha torcido en el fondo de las cosas. Algo va mal en el gran ciclo de la Tierra, algo anda mal en la primavera misma, algo va mal en el mismo funcionamiento del mundo.
Girando a una velocidad rayana en los 1.600 kilómetros a la hora, con su eje inclinado 23 grados en relación al plano de su órbita alrededor del sol, la tierra en sus movimientos ha parecido siempre extremadamente segura en grado máximo. En la historia humana siempre ha operado de manera enteramente fiable, trayéndonos el día y la noche, la primavera y después el verano, el otoño y luego el invierno, con una regularidad tan inquebrantable que éstas son las únicas certezas veraces, aparte de la muerte misma, que tenemos en nuestras inciertas vidas.
Que algo de esto llegara a alterarse, aparte de por el Día del Juicio, nunca ha formado parte de nuestro bagaje intelectual. Pero he aquí que tenemos a uno de los movimientos más hondos del mundo, el vivo anuncio de la primavera, que toca a su fin.
Nos hemos acostumbrado a la pérdida de vida animal, pero despedirse del cuco supondrá bastante más que perder una especie y decir adiós a sus compañeros de visita estival, como vamos camino de conseguir más temprano que tarde. Será algo tan transcendental que acaso sea mejor no pensar en todo lo que significa.
(1) NOTA del T.: Se refiere a un celebérrimo éxito de la canción melódica romántica inglesa de los años 40, A Nightingale Song in Berkeley Square, con letra de Eric Maschwitz y música de Manning Sherwin y Jack Strachey, cuya versión más conocida, entre las decenas registradas, es la de Vera Lynn.